Julio 18, 2024

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Por Armando Maya Castro: LA ABJURACIÓN DE GALILEO GALILEI

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Para el desarrollo de mi columna de hoy considero necesario referirme primero al significado de la palabra “abjurar”: “Retractarse, renegar, a veces públicamente, de una creencia o compromiso que antes se ha profesado o asumido” (DRAE).

LA ABJURACIÓN DE GALILEO GALILEI

Por Armando Maya Castro

Para el desarrollo de mi columna de hoy considero necesario referirme primero al significado de la palabra “abjurar”: “Retractarse, renegar, a veces públicamente, de una creencia o compromiso que antes se ha profesado o asumido” (DRAE).

En el ámbito religioso, abjurar es “retractarse de las creencias o errores que, hasta entonces, se han profesado. La abjuración puede ser pública o privada”, explica el Diccionario de Términos Religiosos y Litúrgicos.

La obra antes mencionada señala que “desde los primeros siglos, la Iglesia (católica) impuso la obligación de abjurar a todos aquellos que hubieran incurrido en herejía. La abjuración no evitaba la penitencia pública y otras penas necesarias para alcanzar la reconciliación”.

La Inquisición obligó en el pasado medieval y del Renacimiento a abjurar de sus supuestos errores a todos los procesados por sospechas de herejía. La Iglesia católica exigía la abjuración pública de sus errores a quienes procedían de la herejía o del cisma.

Ocupémonos ahora del caso del astrónomo Galileo Galilei, sentenciado a prisión y a abjurar públicamente de sus opiniones y de su libro “Sidereus Nuncius” (Mensajero de las Estrellas). La abjuración del también matemático y físico italiano fue dictada por el Santo Oficio el 23 de junio de 1633, cuando éste se hallaba cansado, viejo y enfermo. Él solo recitó y firmó el siguiente texto:

“Yo, Galileo Galilei […] declaro que siempre he creído y creo ahora y que con la ayuda de Dios continuaré creyendo en lo sucesivo, todo cuanto la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana cree, predica y enseña. Mas, por cuanto este Santo Oficio ha mandado judicialmente, que abandone la falsa opinión que he sostenido, de que el Sol está en el centro del Universo e inmóvil; que no profese, defienda, ni de cualquier manera que sea, enseñe, ni de palabra ni por escrito, dicha doctrina, prohibida por ser contraria a las Sagradas escrituras; por cuánto yo escribí y publiqué una obra, en la cual trato de la misma doctrina condenada, y aduzco con gran eficacia argumentos en favor de ella, sin resolverla; y atendiendo a que me he hecho vehementemente sospechoso de herejía por este motivo, o sea, porque he sostenido y creído que el Sol está en el centro del mundo e inmóvil y que la Tierra no está en el centro del Universo y que se mueve. En consecuencia, deseando remover de la mente de Vuestras Eminencias y de todos los cristianos católicos esa vehemente sospecha legítimamente concebida contra mí, con sinceridad y de corazón y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los antes mencionados errores y herejías, y en general cualquier otro error o secta, sea cual fuere, contraria a la santa Iglesia, y juro para lo sucesivo nunca más decir ni afirmar de palabra ni por escrito cosa alguna que pueda despertar semejante sospecha contra mí, antes por el contrario, juro denunciar cualquier hereje o persona sospechosa de herejía, de quien tenga yo noticia, a este Santo Oficio, o a los Inquisidores, o al juez eclesiástico del punto en que me halle.

“Juro además y prometo cumplir y observar exactamente todas las penitencias que se me han impuesto o que me impusieren por este Santo Oficio. Mas en el caso de obrar yo en oposición con mis promesas, protestas y juramentos, lo que Dios no permita, me someto desde ahora a todas las penas y castigos decretados y promulgados contra los delincuentes de esta clase por los Sagrados Cánones y otras constituciones generales y disposiciones particulares. Así me ayude Dios y los Santos Evangelios sobre los cuales tengo extendidas las manos.

“Yo, Galileo Galilei arriba mencionado, juro, prometo y me obligo en el todo y forma que acabo de decir, y en fe de estos mis compromisos, firmo de mi propio puño y letra de esta abjuración, que he recitado palabra por palabra”.

El papa Juan Pablo II propuso en 1979 la revocación de la condena que pesaba sobre Galileo, pronunciada tres siglos y medio antes. En 1983 el pontífice polaco había ordenado la reapertura del expediente de Galileo, a pesar de saber que una buena parte de los documentos del proceso se habían perdido a través de los tiempos. El 31 de octubre de 1992 la Iglesia reconoció públicamente y de manera tardía el error cometido al condenar a Galileo.

En 1611, Paolo Scarpi se expresó así sobre el caso Galileo, mismo que culminó con su juicio y condenación por parte del Santo Oficio en 1633: “llegará un día en que los hombres de ciencia más ilustrados, deplorarán la desgracia de Galileo y la injusticia cometida con tan gran hombre, pero, entretanto habrá que asumirla y no comentarla sino en secreto”.


Twitter: @armayacastro

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